El encuentro nocturno de San Martín en Pisco

 El encuentro nocturno de San Martín en Piscoacerca de la bandera del Perú

    Dos inviernos antes de que Valdelomar pudiera publicar El sueño de San Martín, falleció en extrañas circunstancias. Quienes encontraron el escrito cerraron frases inconclusas y colocaron su nombre, que él no hubiera puesto. Felizmente el legajo ya estaba depositado, solo acertaron en presentarlo el 28 de Julio de 1921.

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» De San Martín —le dijo el misterioso hombre de rostro cobrizo— encárguese de que tenga el color rojo de mi nobleza —tocando sutilmente el doblez de su propio atuendo

» Pero no puedo decirles que hablé con Usted —respondió el General

» De San Martín —eran casi impuestas las palabras del noble— diga que vio unas parihuanas

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El año pasado recibí un sobre notarial de una excelente profesora que lamentablemente nos dejó en esta pandemia. Pensé que podía ser una especie de engaño, pero las firmas e instrucciones eran legítimas; los materiales y algunas palabras claramente no eran de esta época.

Me sentí incómodo en tener que ser yo, un ingeniero, quien tuviera que escribir estas líneas. A mi juicio le correspondía a un historiador que narrara con mayor virtud el deber que el Libertador dejó encargado, como especie de tradición, para que una sola persona lo heredase cada vez y escribiera quien le corresponda aquello estipulado cada cien años, como circunstancialmente me sucedió, pues cada confidente debe depositar las instrucciones para que en caso de accidente llegue a alguien más joven.

Sobre lo que me compete publicar por el bicentenario, tuve que indagar algunos aspectos necesarios para entender el encuentro de San Martín. Cabe citar un estudio arqueológico que indica: «el color rojo del sacrificio fue un símbolo de cercanía al ardor del Sol en la nobleza imperial. En sus textiles experimentaron particularmente con diversos pigmentos para lograr encarnarlo. Se adornaron con joyas de conchas spondylus que apreciaron más que al oro, pues es una convención lo que valora más cada cultura». Por otro lado, creo relevante mencionar que heredamos de los prehispánicos el uso gubernamental del varayoq, el más famoso es el cetro que Manco Capac y Mama Ocllo hundieron en Cusco para su fundación. Sin embargo, se perdieron los llautus o borlas que coronaban estatus como la mascaipacha en la cabeza del máximo gobernante.

Con lo dicho, creí consecuente hilvanar literariamente lo encargado dentro de mis posibilidades:

    Días después que desembarcó su ejército en Paracas tras sugerencia de Riva-Agüero con el mapa que entregó el marino Carrasco, un aparente lugareño pidió insistentemente hablar con el General que se encontraba en Pisco. Al llegar se presentó como un mensajero chaski, le entregó la información con tono discreto, puso en sus manos una elegante y caprichosa hoja de árbol que él jamás había visto, y pidió que por favor guardara secreto.

Llegó la noche y don José de San Martín cabalgó al lugar acordado con una persona local de confianza que le ofreció llevar el quinqué o antorcha vitrea y sería el primer confidente que firmó lacónicamente: Pedemonte. En la oscuridad apareció un hombre fuerte vestido con poncho rojo y una borla simple también del color arterial que mostramos todos tras profundos cortes, pero con una sola pluma blanca que resaltaba especialmente a contraluz más que sus orejeras doradas.

» De San Martín —le dijo el misterioso hombre de rostro cobrizo— encárguese de que tenga el color rojo de mi nobleza —tocando sutilmente el doblez de su propio atuendo

» Pero no puedo decirles que hablé con Usted —respondió el General— ahora que lo entiendo muchos irían tras Paititi o mis huestes, alegándome demencia, no aceptarían en adelante mandatos

» De San Martín —eran casi impuestas las palabras del Inka— diga que vio unas parihuanas

Extendió una sobria vara de madera que recibió el General y desapareció en la noche silenciosa. Se mantuvo en pie percibiendo el mismo olor vegetal de la hoja de la mañana ahora más familiar.

Puede que el Libertador haya calculado que en 200 años ya no habría riesgo para los descendientes prehispánicos que se guarecieron en la selva. Quizá se equivocó, pues no estamos respetando los espacios naturales más que al oro. Nuestra supervivencia depende de generar recursos sin arriesgar los vitales del frágil ecosistema que nos permite la suerte de la existencia. Los antiguos así lo entendían.

Por seguridad de mi confidente, que aún no sabe que lo es, no damos nombres. Solo diré que soy un cusqueño nacido en Arequipa al que le alegra haber visto entre las firmas del legajo a personas de diferentes regiones de antaño. Me pregunto por qué otras manos pasarán las instrucciones hasta llegar a quien tenga el siguiente deber dentro de cien años. Qué problemas tendremos entonces y qué aspectos habremos solucionado como nación.

Firme y feliz por la unión, 28 de Julio de 2021